Hace tiempo me propuse comer sano. ¿Pero qué significa comer sano? Esa fue la pregunta a responder y me puse a investigar.

Leyendo distintos artículos referentes a la costumbres alimenticias de nuestro país, uno tiene la sensación de que cada cosa que vas a meterte a la boca puede ser una bomba de destrucción masiva en tu organismo.

Recuerdo que cuando yo era chico miraba las publicidades que pasaban por televisión donde mostraban a niños sanos y fuertes ingiriendo con entusiasmo un vaso de leche fresca, y sentía un gran cargo de culpa porque yo nunca la tomaba y pensaba que entonces mi vida no iba a ser muy larga. Ahora, leyendo algunas advertencias sobre los lácteos, no salgo de mi asombro al enterarme de que no sólo no son esenciales para nuestro organismo sino que consumir lácteos podría derivar en problemas graves a futuro. Me pregunto qué será de la vida de esos pobres chiquitos de las propagandas de leche.

Enseguida me fijé qué decían del consumo de café, porque soy muy cafeinómano.

Al parecer el café hace mal a los riñones, así que agarré el frasco de café para tirarlo a la basura. Pero hace bien a la memoria, entonces lo volví a poner en su lugar. Mas tarde leí que era malo para la ansiedad y otra vez tuve el impulso de tirarlo, pero también leí que activa nuestro cerebro y me volví a amigar con la infusión… Así sigue una interminable cadena de pros y contras en el que uno deambula con el frasco de café en la mano, caminando sin cesar de la alacena al tacho de basura y sin saber qué carajo hacer… ¡Dame una señal, virgencita de Luján!

Con las verduras llegaron las buenas noticias. Al parecer son saludables. Desde el punto de vista alimenticio no tienen contraindicaciones.

Desde que convivo con Flor estoy a full con las verduritas, porque a ella le encantan y logró contagiarme. Claro que, como en casi todas las cosas, hay un pero…

Las verduras podrían estar contaminadas por los insecticidas que les echan a los campos.

La mejor solución es tener una huerta propia. Así que me puse a acondicionar el patio y pronto comenzaran a germinar las primeras lechugas, zapallos y zanahorias.

Como con la carne también hay diversos debates, para algunos especialistas no hay que comer, otros la habilitan sólo en porciones moderadas, traté de centrar mi búsqueda de información para comer la carne menos dañina para el organismo. El resultado arrojó que la carne de pollo es la más saludable.

Cuando le dije a Flor que comprara solo carne avícola, ella me planteó otro interrogante:

-Hay que ver de dónde viene el pollo, porque dicen que si es chiquito fue criado a luz artificial y no es bueno. ¡Y andá a saber qué le dan de comer!

Volví a la computadora a buscar información…

Lo mejor, según algunas encuestas, es criarlos uno mismo. De esa manera uno tiene la certeza de la comida que ingiere el pollo y cómo se cría. En conclusión: lo que recomiendan es la adopción avícola.

Entonces, acondicioné el patio como para tener un pequeño gallinero en el fondo, atrás de la huerta que estaba preparando.

¿Y los huevos?

– Sólo la clara –me amenazó mi cuñada –la yema, ¡ni se te ocurra!

Ok, le dije adiós a los huevos fritos.

No hay que olvidarse de las frutas. Me lo decía siempre mi mamá y yo nunca le hice caso.

Al igual que las verduras, las frutas tienen muy buena reputación entre las distintas corrientes nutricionales. ¡También encontré una buena noticia!

Al parecer, la banana tiene algo que se llama triptófano, que ayuda a producir serotonina (la hormona de la felicidad) fomentando el pensamiento positivo.

Justo, porque la banana es de las pocas frutas que me gustan.

Le fui a contar a mi vieja que había decidido empezar a comer bananas. Supuse que se iba a poner contenta porque por fin estaba haciendo caso a sus consejos. Pero mi vieja me alertó:

– ¡Ojo con las bananas! Que no sean las ecuatorianas, ni muy grandotas porque le agregan químicos nocivos para el cuerpo.

– ¿Y cuál como? –Le pregunté, a punto de echarme a llorar.

– Cualquiera que esté sembrada en el país. Preferentemente las tucumanas.

Me puse a buscar por internet para poder comprar las semillas de las bananas tucumanas y así plantar un par de plantas en el patio.

Con el jardinero llegamos a la conclusión de que lo mejor sería plantarlas a un costado de la huerta. Para que no interfiera el paso al gallinero. Me falta averiguar si el clima meteorológico de mi pueblo es el indicado para que germine la planta de la felicidad. Veremos…

El azúcar es otro problema.

No es aconsejable el azúcar blanco. Según algunos ¿extremistas?, es prácticamente veneno. Lo mejor es una azúcar a la que llaman mascabo, es fácil de diferenciar porque es de color tierra.

Por suerte en nuestro pueblo se consigue así que con Flor decidimos comprarla y tomar café con esa azúcar en casa.

La cosa se complica cuando vamos a un bar, pero Flor guarda en un táper la azúcar mascabo y la lleva en la cartera para esas ocasiones. Estamos muy organizados. La semana pasada nos miraron mal en un bar cuando nos vieron con el táper arriba de la mesa, pero igual vamos a seguir insistiendo.

¿Las harinas?… Todo mal.

Al parecer, el pan, la pizza, las pastas, las facturas y todo lo referente a la harina blanca que usualmente se usa para este tipo de alimentos no es aconsejable.

¿Opción?… La harina integral orgánica. Prácticamente no contiene gluten y es apta para el consumo humano.

Le pedí a Flor que comprara solo los productos que se hacen con harina orgánica. Ella fue hasta el mercado y volvió a los pocos minutos para buscar más dinero. Vamos a tener que vender el auto, pero tendremos harina saludable.

Busqué qué pasaba con el pescado…

Sinceramente no soy muy amante de los peces, pero siempre escuché que eran sanos. Al parecer los únicos que están permitidos son los pescados de agua profunda.

– Olvidate de las mojarritas – me dijo un amigo médico – y si querés un buen consejo, no comas pescado si no estás seguro de que sea fresco.

– ¿Y cómo hago para darme cuenta si es fresco? –Le pregunté, desesperado.

– Preguntale al que te lo vende…

– ¿Y si me miente?

Mi amigo arqueó los hombros y me despidió porque tenía que atender a un paciente.

Le pregunté al jardinero si existía la posibilidad de hacer más honda la pileta y conseguir peces de agua profunda para tenerlos caseritos, pero no me contestó. Ante mi insistencia el jardinero se fue, balbuceando algo acerca de mi madre que no alcancé a entender muy bien.

El problema de los peces frescos lo solucioné enseguida. Por suerte vivimos nada más que a cien kilómetros de Rosario. Entonces, una vez a la semana voy hasta la ciudad, en la zona de la florida, y me pongo al lado de un pescador. Ni bien pesca una boga o un surubí, se lo compro…

Así que con Flor, además de verduras de la huerta, pollo criado y educado en casa, bananas tucumanas, y harinas orgánicas, ¡ahora tenemos pescado fresco asegurado!…Y un turno en el Psiquiatra.