Que ingenuos me parecen hoy en día mis cuidados en el pasado para que nada de mi vida privada traspasara de la puerta de mi casa. Cuando yo era chico me enojaba mucho si mis padres contaban mis intimidades ante algún familiar.
Todavía recuerdo el reproche que le hice a mi vieja una tarde en la que le contó a una amiga que a mí me gustaba jugar en el patio de casa con unos jugadores de futbol de plástico que se ponían en las tortas. No le hablé en toda la semana. Es que yo ya tenía doce años y me daba un poco de vergüenza seguir jugando a lo mismo que jugaba desde los cinco años.
Estoy seguro de que hoy sería yo quien le mostraría a todo el mundo el video de mi juego. Quizás solo me enojaría si no tiene la suficiente cantidad de reproducciones en Instagram.
Es que hoy parece que ya no podemos diferenciar lo que es publico de lo privado.
¿Existirá todavía algún adolescente que se enoje si su madre entra a su habitación sin pedir permiso? ¿Qué puede encontrar la madre que el adolescente no haya exhibido para todo el universo en alguna red social?
Esto también ocurre con la farándula. Antes los famosos se escondían de los periodistas de chimentos. Salvo algunas excepciones, a los famosos les molestaba que escarbasen en su intimidad. Guardaban sus secretos bajo cinco llaves. La pesadilla más recurrente de una persona conocida era la de un periodista alzando con su mano un casete VHS anunciando a los televidentes que en esa cinta se encontraban los secretos de un famoso. Cuando esto ocurría, el país chismoso quedaba expectante frente al televisor y toda la farándula enloquecía de los nervios. Porque hasta hace unos años, nadie quería quedar expuesto frente a la pantalla.
Yo creo que esa pesadilla del pasado, es el deseo del presente. Hoy son los propios protagonistas los que comparten sus casetes privados por internet.
Pienso cuanta adrenalina han perdido los periodistas que solían hacer guardias interminables frente a la casa de algún famoso, arriesgándose a recibir una bala como los periodistas que estaban en la casa de Diego Maradona aquella mañana en la que el Diez los sacó a escopetazos. Hoy no les hace falta treparse a un árbol ni ingeniárselas para burlar la seguridad de alguna fiesta privada. Tan solo tienen que abrirse un vino y mirar el Instagram del famoso. Ahí está toda la información que antes les costaba sudor y lagrimas conseguir. El único peligro que corre un periodista hoy en día es que el famoso se enoje por algún comentario y lo bloquee por las redes sociales. Pero nada más. Ya no hay persecuciones detectivescas, ni secretos que sean lo suficientemente escandalosos como para atesorar bajo cinco llaves.
Las cosas han cambiado de rumbo. Hoy somos nosotros quienes contamos nuestros secretos al chismoso de barrio. Hoy es el famoso el que persigue al periodista. Es el correcaminos el que quiere alcanzar al coyote. Es Tom quien escapa de Jerry.
Ya estamos acostumbrados a mostrar para todo el mundo el lugar en el que estamos, la comida que cocinamos, el recuerdo del recuerdo del viaje que hicimos hace quince años. Es el mundo de la exhibición permanente. Pronto quemaremos las cortinas y nadie elegirá los esmerilados. Pronto dejará de existir de la puerta para adentro y el secreto en reunión. En muy poco tiempo los edificios se construirán únicamente con vidrios transparentes y todo será visible. El que camina por la vereda podrá saludar al que está sentado en el inodoro en el baño del quinto A. Ese es el mundo que se viene. La próxima nueva normalidad.