Rodrigo camina apurado mientras habla por teléfono con su mujer. Se desespera con lo que escucha. Su hijo menor, Nicolás, acaba de sufrir un accidente en el colegio y tuvo que ser hospitalizado. Su mujer le da un breve parte médico. Nicolás está en terapia intensiva, inconsciente. Rodrigo está al borde de volverse loco. Le pide a su mujer que le cuente más detalles y apura aun más el tranco. Necesita seguir hablando hasta llegar al hospital que queda a solo tres cuadras de donde está.
Se distrae con la conversación y por eso va a cometer la imprudencia de cruzar la calle a mitad de cuadra sin fijarse en el colectivo que avanza con velocidad…
Que manera de matar gente, los escritores. Cuantas muertes evitables que llevamos a cabo escribiendo en la soledad de una habitación. Digo evitables porque si revisamos cuentos, novelas, obras de teatro, películas, vamos a encontrar muchísimo ejemplos de personajes que fueron asesinados más por morbo del autor que porque lo exigía la trama.
Hay excepciones, claro. En una película de guerra se justifican los asesinatos. Es imposible que en Rescatando al soldado Ryan o Pelotón, no muera nadie. No sería creíble que un guión que basa su trama en una guerra, no contara con una buena cantidad de muertes.
Tampoco me refiero a casos como el de Romeo y Julieta. Detrás de esos dos suicidios, hay una idea. (Y sí, los suicidios cuentan también como asesinatos de los escritores.) Shakespeare utilizó esas muertes como recurso poético. Romeo y Julieta se matan por amor. Entonces, están justificadas.
Yo me refiero a los casos en que un personaje termina arrollado por un tren o arrojado al vacío desde el balcón de un décimo piso, sin que esas decisiones del autor tengan algún motivo justificable en la trama.
Creo que la mayoría de las veces se debe a cierta pereza del escritor. A veces no sabemos cómo seguir la historia de un personaje y entonces un ataque cardiaco es una solución para esa trama estancada.
En algunos casos creo que también hay algo de maldad. Se sabe que los escritores solemos incorporar en los personajes de ficción, rasgos, formas de hablar o de pensar de personas de la vida real. Por eso es sospechoso cuando en una ficción muere un personaje masculino, que tiene características parecidas a un tío del escritor. ¿A quién está matando realmente el autor? ¿Al personaje o al tío? Quizás sería prudente conversarlo con el analista en la próxima sesión.
Pensemos también en la cantidad de gente que muere por televisión. Y no estoy hablando de las que observamos en la realidad de los noticieros sino de las muertes artísticas de las telenovelas. Se mueren argentinos, turcos y brasileños en horario central, y sin ningún justificativo en el argumento. A veces hay capítulos enteros que son una masacre televisiva.
En estos casos me animo a asegurar que un alto porcentaje de esas muertes son decisiones empujadas por causas ajenas al criterio del escritor.
Es muy difícil no recurrir a una muerte cuando un productor te avisa que la semana siguiente el actor que interpreta el personaje de Abel ya no formara parte de la telenovela. Hay que ponerse en el lugar de esos guionistas. El tipo está en su habitacion, craneando lo que será el siguiente capítulo, tal vez hasta entusiasmado con las escenas que se le ocurrieron para Abel y de pronto un productor con un llamado le cambia los planes y le dice que ese personaje tiene que desaparecer de la tira. Y por más que al escritor se le ocurra organizarle un viaje a Abel como para que se tome un año sabático y así dedicarle una salida del programa que sea menos escandalosa, el productor le dirá que no. Que es mejor una muerte porque atraería más el morbo del espectador y el actor que interpreta a Abel estaría mas contento con ese desenlace. Y entonces, a contra reloj, cuesta encontrar una justificación verosímil para matar a un personaje de la telenovela sin que parezca demasiado forzado en la trama.
En estos casos la mejor opción es una muerte súbita. No se necesita crear un por qué, o algún motivo que impulse a un asesinato. La muerte súbita no necesita explicación previa. Yo mismo puedo caer redondo mientras estoy escribiendo esto y lo mismo te puede pasar a vos que estás leyendo y sería natural. La muerte súbita es creíble. Por lo tanto podemos escribir que Abel caerá redondo cuando se prepare un café a la mañana siguiente, en el próximo capítulo, y el espectador no protestará por lo abrupto de la situación. Porque así es la ley de la vida, y listo. Asunto zanjado. Un personaje menos. Y el productor, contento.
Entonces, querido espectador televisivo, quisiera que le quedara en claro que cuando un personaje en una telenovela de manera imprevista sufre un ataque al corazón y muere, usted tiene que entender que : O el escritor no sabía qué hacer con ese personaje y decidió liquidarlo. O, y esto es, insisto, lo más probable, el actor que lo interpreta ya no tenía contrato con la productora. Lamento arruinarle la fantasía y mostrarle la cruda realidad de la escritura telenovelesca.
Hay actores que les gusta morir en escena. U na vez escuché a un actor contar que había muerto en siete ficciones distintas. Cuatro asesinatos y tres suicidios. Dos veces lo habían asesinado a sangre fría por la espalda. Una vez acuchillado por su mejor amigo. Otra envenenado por su mujer. Y en cuanto a las situaciones de suicidios, en dos se había ahorcado en el patio de su casa y la otra se había disparado en la sien. Cuanta perversidad de los escritores.
El actor contaba con mucha pasión cada una de sus muertes ficcionales. Diría que hasta con algo de omnipotencia. Incluso bromeaba sobre su poder de resucitaccion.
Uno de esos suicidios, el del disparo en la sien, tuvo que actuarlo en una obra de teatro comercial que iba de miércoles a domingos. Por lo tanto el actor tenía que matarse cinco veces a la semana durante los dos años que duró la obra en cartel. Un trabajo inhumano, aunque al actor le resultaba fascinante.
Sin embargo, para que un actor tenga la posibilidad de actuar una muerte, tiene que haber un escritor perverso que escriba la escena. Es un poder que solo los escritores tenemos. El tema es cómo utilizamos ese poder. Porque a veces uno tiene un mal día y de pronto siente la tentación de descargarse con un personaje…
En definitiva ahí está Rodrigo. Ya cruzando la calle a mitad de cuadra, todavía hablando por teléfono con su mujer mientras el colectivo avanza con velocidad… Para peor, escribo que el chofer del colectivo también está distraído porque pispéa los mensajes que le llegan al celular. La desgracia es inminente. La vida de Rodrigo está en mis manos…
Solo lo puede salvar Flor, mi mujer, que está detrás mío, leyendo lo que estoy escribiendo y me dice que ni se me ocurra. Que piense bien lo siguiente que voy a escribir. Porque Flor ya leyó varios capítulos de la novela y está encariñada con Rodrigo. Me amenaza con no leer más la novela si ese colectivo atropella a su personaje favorito…
A mi todavía me puede el morbo y el mal humor con el que estoy escribiendo. Y también la pereza, claro. Me resultaría más fácil seguir la historia sin Rodrigo. Pero Flor se pone más firme y me anuncia que nuestra relación depende de lo que pase con Rodrigo. Y va más allá. Quiere que Nicolás, su hijo hospitalizado, también sobreviva…
Finalmente le hago caso a Flor. Porque mi pereza de escritor es menor que mi desgano por la discusión de pareja. Entonces escribo Rodrigo cruza la calle y el colectivo le pasa a centímetros…Rodrigo llega entero al hospital. Se encuentra con su mujer que le da un abrazo esperanzador. Nicolas acaba de despertar. Padre e hijo podrán abrazarse y seguir vivos en la novela… Al menos hasta el próximo capítulo.