Siempre odie el ritual del velorio. Por muchas razones pero principalmente por la falsedad y el morbo por el dolor ajeno. Porque eso es lo que ocurre de verdad en los velorios. Es sarasa que sea una forma de despedir a un familiar. Esa es la zanahoria. Las idea mentirosa que nos hemos estado diciendo durante décadas.
Por supuesto que hay dolor cuando una persona que queres, se muere. Y es obvio que la mayoría de los que concurren a un velorio sienten de verdad la pérdida de la persona que está acostada en ese cubículo de madera que puede llegar a costar más o menos como un dos ambientes en Palermo. No me estoy refiriendo a la falsedad de los sentimientos humanos. Me refiero a la sobre actuación de esos sentimientos por culpa de un ritual forzado e inorgánico. Porque un velorio es un escenario donde todos nos vemos obligados a seguir un guión pésimamente escrito.
La primera vez que fui a un velorio yo era un niño y el primer reto que recibí fue porque hablaba fuerte. En realidad yo no estaba hablando fuerte sino que el resto de las personas estaban hablando demasiado bajo. Casi en susurros. Por eso, y a pesar de que, como dije, yo hablaba con un volumen normal, mi voz predominaba ampliamente por todo el salón. En aquel momento, creo que tenía diez años, no entendía por qué hablaban así las personas. Incluso mi papá que fue el que me retó, me retó susurrando. Nunca me había cagado a pedos así, en sordina.
A mi me costaba entender qué era lo que estaba haciendo mal. Me surgió la pregunta y se la hice a mi viejo: ¿Por qué era una falta de respeto hablar normal si la persona por la que habíamos ido al velorio ni siquiera podía escucharnos? Es curioso que hoy, treinta años después, esa pregunta que le hice y no pudo responderme mi viejo, aun no tenga una respuesta con algún argumento respetable.
Lo que sí me acuerdo es que en realidad no habíamos ido al velorio por el hombre que estaba adentro del cajón sino por el padre. “Mi amigo es el padre de ese chico que se está yendo al cielo”, me explicó mi viejo.
Al ratito el padre entró en la sala y ahí terminé de entender que los verdaderos protagonistas de esa mala obra teatral que son los velorios, son los familiares cercanos. A ellos iluminan los cenitales. El finado pasa a ser un actor de reparto.
Y la obra comienza recién en ese momento en que los hijos, los padres, o la pareja del muerto hacen su entrada por el salón. Es en ese momento donde se pone de manifiesto el placer morboso por el dolor ajeno. Algunos de los concurrentes ni siquiera disimulan que están escrutando para saber si ese familiar está llorando y sufriendo lo suficiente o no le importa mucho. Incluso suelen agruparse en algún rincón del salón para cuchichear sus impresiones.
A mí siempre me pareció inhumano tener que pasar obligatoriamente por ese nivel de exposición ante un momento tan doloroso y por ende, tan íntimo.
Cuando murió mi papá recuerdo que yo no quería ver a nadie. Prefería estar en mi casa solo y transitar el dolor a mi antojo y sin que nadie me esté escrutando para saber si derramaba alguna lagrima o no. Sin embargo tuve que poner gesto de ocasión y ocupar mi rol de protagonista. Hasta que terminó el velorio, sufrí más el ritual que el hecho de haberme quedado sin padre. Solo recién después del entierro, y ya en mi casa, pude despedirlo de verdad. Sin falsedades ni costumbres forzadas.
Pero a este insoportable ritual de despedida presencial, ahora se le suma la despedida virtual. Con algunas situaciones aún más incomprensibles. Porque si la mayoría de las cosas que ocurren en un velorio me resultan patéticas, que haya gente poniendo Me gusta en las publicaciones necrológicas de las redes sociales escapa totalmente a cualquier análisis que pueda hacer. No entiendo qué es lo que les gusta a esas personas. Compartiendo esta inquietud con algunos amigos, me decían que esos Me gustas son más que nada por la información. Es decir que hay personas que me gustean que les estén informando por ese fallecimiento. Si esto es así, es aún más incomprensible. No entiendo cual es el gusto de estar informado de una muerte.
Pero hay algo que es mucho más desconcertante que poner me gusta ante el anuncio de una muerte. Porque prefiero mil veces la frase formal de:“Mi mas sentido pésame”, que aún hoy se sigue utilizando. O recurrir a un apático: “Lo siento mucho”. Incluso el confuso: “No somos nada” me parece tolerable. Cualquier lugar común y hasta el párrafo más cursi dedicado a una despedida será más respetable que comentar una muerte con un emoji de carita triste y gota gorda que se desliza por un cachete. En qué estarán pensando las personas que recurren a estos dibujijtos infantiles para demostrar que sienten mucho esa pérdida.
A veces, cuando veo comentarios de este estilo: Siempre te 😭y te ❤️ toda la vida, siento que se acerca el fin del mundo. O para decirlo correctamente, siento que estamos cerca de que el 🌎 💣 por el aire.