Mi hermano es una persona puteadora. Ojo, no es un tipo mal hablado, de esos que no pueden decir dos palabras sin recurrir a una grosería. Es más, es muy raro que lo escuches putear fuera del ámbito familiar. Y nunca la puteada va dirigida directamente a un tercero. Es muy respetuoso con el prójimo. Pertenece a esa clase de gente que putea por descarga, para alivianar una situación estresante.

La recalcada concha de tu madre es su puteada más recurrente. La utiliza cuando se le pincha una goma de la camioneta o cuando no le funciona el celular. A mí me encanta esa puteada. Sobre todo cuando pronuncia la palabra concha. Le pone un énfasis a la con, arrastrando la consonante, la connnnnnn y remata chadetumadre todo junto, como si fuese una sola palabra.

Tiene puteada para los estados del tiempo: frío del orto, puteada italiana: porca madonna, y enojos eclesiásticos: Dios y todos los santos conchudos.

También se autoputea. No sé si existe esa palabra pero parafraseando a mi hermano, me importa tres carajos si no existe. Cuando se equivoca lanza el latiguillo ¡qué forro que soy! A mí me gusta esa exigencia con él mismo cuando no le sale una cuenta o cuando no dice bien el texto mientras estamos ensayando una obra de teatro. Me caen bien las personas a las que no les da lo mismo equivocarse que acertar. Yo prefiero la autocrítica feroz, antes que la frase: y bueno qué se le va a hacer.

Mi hermano utiliza además dos palabras que no son puteadas pero que por la forma en que las dice suenan casi como si lo fueran: Paupérrimo y nefasto.

A él no le alcanza con decir que Boca jugó mal. Siente liviana esa expresión. Necesita decir jugó paupérrimo, o la táctica fue nefasta. Recién ahí puede seguir en paz con otra conversación. Se emociona cuando otro las utiliza, por eso yo a veces las digo cuando estamos conversando como para rendirle un pequeño homenaje. Es más, siempre que puedo las agrego en algún relato y sonrío al pensar en su cara cuando lea lo que escribí.

Pero lo que más me gusta es cuando nos puteamos entre nosotros. Es un código nuestro, personal. Yo no toleraría que otro lo puteara, pero sé que tengo el derecho de mandarlo a la reputisima madre que lo pario cuando lo crea oportuno, sin que él se enoje demasiado. Y lo mismo a la inversa, por supuesto.

Por todo esto que les cuento, la semana pasada me preocupó su actitud. Habíamos viajado a Marcos Juárez, él tenía que hacer un depósito bancario y yo tenía que pagar unos pisos y revestimientos que compré para mi futura casa. Nos dividimos. Lo dejé en el centro, justo frente al Banco y yo me fui al lugar de los pisos. Como tardé bastante en terminar con mi compromiso, regresé al centro y me fui directo al bar que habíamos quedado en encontrarnos. Supuse que por lo que yo había demorado, él ya tendría que estar tomándose el café.

No estaba en el bar.

Caminé una cuadra y llegué al Banco. Mi hermano todavía estaba haciendo la cola. No pude evitar la sonrisa. Imaginé su fastidio y las puteadas que tendría atragantadas por la demora. Cuando llegué a su lado tenía el ceño fruncido. Siempre se le arruga esa parte cuando está nervioso.

– ¿Qué pasa que demoran tanto? –Le pregunté esperando el vendaval de insultos como respuesta.

– No sé, hace rato que no pasa nadie.

No lo dijo tan enojado. Ni lanzó ninguna puteada. Pensé que por haber gente atrás nuestro, mi hermano se había cuidado un poco con el léxico. Ya dije que no putea en público.

Pasaron cinco minutos hasta que la pantalla anunció su número. Caminamos hasta la caja tres. El trámite era sencillo. Todo seguía su curso normal hasta que ocurrió el imprevisto. Se cortó la luz.

– Lo siento, hice el depósito pero no puedo imprimir el ticket. Aguantame que voy a averiguar qué pasó –dijo el empleado y desapareció de nuestra vista.

Mi hermano bufó. Hizo su característico chasquido con la boca y me dijo:

– Andá al bar si querés, en un rato voy.

– No, no, te espero – le dije. No quería perderme el momento de su furia.

Al rato volvió el empleado.

– Me avisaron que la luz vuelve en veinte minutos más o menos…

– Qué macana –dijo mi hermano.

Yo lo miré sorprendido, ¡¿qué macana?! Nunca le había escuchado decir eso. ¿Lo único que tenía para decir era ¨qué macana¨? Definitivamente no era una mañana normal.

– Venite más tarde. No hagas la cola. Pasá directamente. – Le dijo el empleado y mi hermano lo saludó muy amable.

Nos fuimos al bar de la esquina.

– ¿Café no hay? –Le pregunté al mozo que hizo una mueca rara con la cara.

– No hay luz, pibe, si querés te hago uno batido – me respondió, claramente tomándome el pelo.

– A mí haceme un té verde – dijo mi hermano lo más campante y el mozo se fue a prepararlo sin preguntarme si yo quería otra cosa.

– ¿Qué te pasa esta mañana? – Le pregunté a mi hermano.

– ¿Por qué?

– ¿Desde cuándo tomás té?

– Y si no hay café, pelotudo, ¿qué querés que tome?

El pelotudo me tranquilizó. Las cosas estaban volviendo a la normalidad.

– ¿No querés que vayamos a ver si hay café en otro bar?, a lo mejor tienen grupo electrógeno – le dije, empecinado. Me doy cuenta que cuando no tomo café a la mañana digo más estupideces que las habituales.

– Ya pedí el té –me dijo y se puso a leer el diario en estado de calma absoluta.

El mozo regresó sin la bandeja.

– No me queda té verde, tengo de manzanilla o común.

Mi hermano no levantó la vista del diario, habló como quien hace un comentario sobre el estado del tiempo.

– De manzanilla está bien –  dijo, y se puso a silbar.

Ya era demasiado. Uno detecta enseguida cuando alguien no actúa de manera natural. Entre hermanos esas cosas se perciben.

– ¿Me podés decir qué te pasa esta mañana?

– ¿Por qué? – Me dijo, sin perder esa falsa pose zen que había adoptado.

– Estás tranquilo…No te molesta nada…

– ¿Y qué tiene?

– Nada, pero no sé, estas raro…

– Anoche lo charlé con Patri. Tengo que relajarme un poco más. No ponerme tan nervioso.

Le dije que me parecía bien pero en realidad no estaba de acuerdo. A veces es terapéutico putear. Hay personas que se les está viniendo abajo la casa, y uno las ve relajadas, tranquilas, inmutables, pero es algo orgánico. Uno intuye que no es forzado, en realidad se lo toman de esa manera. En cambio hay otras personas que no pueden. Que necesitan la descarga. Aunque sea con un insulto. Es lo que yo llamo la puteada sanadora. Mi hermano pertenece claramente a esta última especie.

Antes de que el mozo trajera el té, volvió la luz.

– ¿Ves?, boludo, no sirve de nada ponerse nervioso, todo tiene solución – me dijo.

No le respondí, pero tuve ganas de mandarlo a la reputisima madre que lo pario.

No sé cuánto le durará esta etapa pacifista. Ojalá sea algo pasajero, porque sé que no le va a hacer bien tragarse las emociones. Lo comprobé ayer a la tarde cuando se le tildó la computadora. Estuvo a punto de lanzar su puteada recurrente y hasta amagó con darle un puñetazo a la mesa pero se arrepintió a mitad de camino.

A la noche me enteré que andaba con fiebre. El médico le dijo algo de un virus, pero yo sé que es por otra cosa. No hace bien reprimir las puteadas. La calentura sin descarga sube por algún lado.