Cinco de la tarde de un jueves de otoño. Dejo de escribir y le pregunto a Flor si quiere facturas. Nuestro hijo duerme y es un buen momento para merendar. A la tardecita tengo partido de padel. A la noche ensayo de una obra de teatro. Es tan solo un día más en la vida. Cuando estoy por salir de casa me suena el teléfono. Es una llamada de Patricia, la mujer de mi hermano. Sonrío antes de atender. Pienso que es mi sobrino Salvador que suele llamarme desde el teléfono de su mamá para invitarme a cenar. Pero cuando atiendo la que habla es Patricia.
—Juan Cruz tuvo un accidente. ¿Podes venir al hospital? Lo van a trasladar en helicóptero a Rosario.
Estoy acostumbrado a escribir sobre situaciones como éstas. Es un recurso que suelo utilizar en mis escrituras. Una escena cotidiana, con conflictos costumbristas que en un momento pega un giro sorpresivo y desconcierta a los personajes. Me parece increíble que me esté pasando una escena así en mi vida real. Pero ahí estoy. Con el teléfono en la oreja y Flor que me mira preocupada porque me pongo blanco. Alcanzo a explicarle como puedo los detalles que me dio mi cuñada y salgo para el hospital.
Son solo cuatro cuadras desde mi casa al sanatorio pero en el trayecto tuve tiempo de procesar que la vida puede cambiar por completo desde este momento. Mi hermano es una persona joven. Cuarenta y siete años. Tiene tres hijos que aun son niños. Pienso en ellos mientras estaciono el auto y entro corriendo al hospital.
Voy directo a la sala de guardia. No me dejan quedarme en la pieza donde está mi hermano pero lo escucho hablar y eso ya me da tranquilidad.
Luego hablo con Patricia que me hace un relato más detallado de lo que ocurrió. Está intentando localizar a mi hermana que es medica y para nosotros es un alivio tener alguien en la familia que entienda de medicina en momentos como estos. La llamo y le explico lo que acaba de suceder. Mal le explico. Me doy cuenta de que no logro articular bien el derrotero de los acontecimientos porque mi hermana me hace preguntas tratando de ordenar el caos que relato.
De repente se oye el sonido tétrico del helicóptero llegando al pueblo. Siento que estoy viviendo dentro de un cuento de terror.
Cuando llega mi hermana se pone a hablar con la medica que lo está atendiendo a mi hermano. Hablan con términos técnicos pero entiendo que lo que más preocupa, y la razón que llevó a activar el protocolo del helicóptero, es que tiene golpes en la cabeza y estuvo inconsciente unos minutos. Además está un poco excitado y muy repetitivo.
En los pueblos la vida transita con mucha más lentitud que en una ciudad. Pero cuando ocurre un hecho como éste es como si todos se hubiesen inyectado adrenalina. Me llegan mensajes y llamadas al celular constantemente.
Es en los extremos de la vida donde uno conoce a las personas. Cómo reaccionamos a la felicidad y a la tragedia dice mucho de nosotros. Y yo me doy cuenta de que en momentos de tensión extrema como estos, puedo tener la tranquilidad para manejar un auto pero me cuesta mucho ordenar el caos de emociones en mi cabeza. No me sale hablar. Y cuando hablo no consigo hilvanar palabras de manera fluida. Es como si de repente se me hubiesen borrados todos los conectores del idioma.
Ya en el sanatorio de Rosario llega la tranquilidad. Mi hermano está fuera de peligro. No me gustan las frases hechas pero producto de mi incapacidad para comunicarme con los demás en momentos de angustia, respondo a todos los mensajes con un cliché: Tuvo suerte. La sacó barata.
Tengo que esperar hasta el otro día para verlo. Cuando entro a terapia intensiva voy caminando en fila junto a familiares de otros internados. Lo veo un par de camas antes de llegar. Está despierto, mirando hacia el frente. Pero no parece mirar nada en particular. Cuando llego a su lado, me saluda por mi nombre y me pregunta por qué está internado. No recuerda lo que le pasó. Le hago un relato breve. Fuiste a la carpintería y se te cayeron unas maderas encima, le digo. No tiene sentido informarle que fueron casi seiscientos kilos de maderas las que tuvo que soportar su cuerpo. Tampoco le digo que tiene casi todas las costillas fracturadas. Le cuento parte de la historia porque creo que es lo mejor. Aveces no es aconsejable saber toda la verdad. Se vive mejor desconociendo algunas cosas.
Desde que ocurrió el accidente mi vida personal se puso en pausa. Dejé de pensar en lo que estaba pensando. Estuve poco tiempo con mi hijo y con Flor. Me dediqué a viajar a Rosario y seguir los sucesos de la mejoría de mi hermano.
Hoy recibe el alta y yo puedo sacar la pausa de mi vida personal.
Sabemos que la desgracia está siempre al acecho. Es tan solo un segundo de descuido. Un par de maderas pueden cambiar drásticamente el destino de una familia para siempre. Pero en este caso la desgracia podría haber implicado además romper con un orden lógico de vida. Uno sabe que a cierta edad se quedará sin abuelos y sin padres. Pero un hermano es alguien que te acompaña hasta el final de la vida. Así debería ser. Y mi hermano Juan Cruz estuvo cerca de hacer saltar esa banca. De generar una de esas noticias que causan pavor porque nos recuerdan que la vida a veces suele ser muy injusta.
Hoy mi hermano retoma su rol de padre de tres niños amorosos. Y yo recupero a mi hermano mayor. Al de las puteadas sanadoras. Al actor de las próximas obras de teatro.
Hoy vuelve a ser un día más en la vida. Y aveces eso es todo lo que se necesita para ser feliz.