Imposible comprar un pan de leche sin escuchar una pobrecita Rocío Graciani. Esperar el turno para pagar impuestos en el banco acarreaba conocer los trastornos alimenticios de Rocío. Si te sacaban una muela te implantaban las desgracias de la nena de los Graciani. Cuando comías un choripan en la cancha del club del pueblo, masticabas la actitud sospechosa de Rolando y Jessica Graciani, padres de Rocío. Hasta el rocío de las mañanas de invierno parecía una excusa perfecta para hablar de Rocío.
¿Qué le pasaba? ¿Qué le habían hecho? ¿Con qué clase de monstruos convivía?
Con el tiempo yo también me dejé llevar por la marea Rocío. Cansado de mi civilización aburrida, me sumé con entusiasmo a la barbarie del chisme. Y de a poco comencé a disfrutarlo. Saber sobre la infelicidad de los Graciani, aunque no los conociera, comenzó a proporcionarme cierto bienestar. Para qué sufrir por mis tormentos si tenía a los Graciani para descargarme.
Sin conocer exactamente de qué estaba hablando, decreté con firmeza mis conclusiones. Sin saber los por qué, por la sencilla razón de que no sabía por qué qué, afirmé la equivocación de vivir de esa manera. Desconociendo la manera en que vivían los Graciani, pero estando convencido de que así no se podía vivir.
Cuanto más escuchaba de Rocío, más confuso era entender qué le pasaba pero me parecía una aberración dejar que una chica de quince años desperdiciara su vida de ese modo. Un modo difícil de saber, pero sin dudas despreciable. Algo había que hacer aunque no supiésemos con qué.
Cuando alguien dijo que Rocío estaba deprimida no me sorprendió. Yo también coincidía en que era un buen indicio. Reconocer el síntoma es la primera etapa para enfrentar una enfermedad. Y Rocío estaba enferma, aunque ella parecía no querer aceptarlo. Aunque las fotos que subía en sus redes sociales mostraran su cara sonriente junto a sus padres, uno podía intuir la falsedad. Las fotos engañan. Sí, no había dudas, Rocío estaba enferma.
Faltaba ese último paso. Que Rocío se dignara de una vez por todas a reconocer esa realidad perturbadora en la que vivía. No finjas más Roció, por favor. Pobrecita Rocío. Escapaba de la realidad. Prefería espejismos.
Alguien la vio llorando una tarde. Incluso filmó el momento. Todos los sensatos pudimos ver el video. Era la confirmación de nuestras sospechas. Llanto desgarrador. Por supuesto que los incrédulos adjudicaron el llanto a la muerte de su abuela. Pero eso no era más que una mera coincidencia. O en todo caso se trataba de un llanto originado por dos causas. El dolor por el fallecimiento de su abuela sumado al descargo emocional debido al maltrato ¿de sus padres? acumulado vaya uno a saber desde cuándo.
Pero los incrédulos no querían escuchar razones. Pueblo que inventa, decían.
Por suerte estábamos nosotros, los sensatos, dispuestos para salir al rescate de una chica de quince años que se hundía en las aguas turbias de la angustia.
Pero después alguien dijo pobrecita Belén. La hija de los Ortega. Y Rocío quedó a la deriva…
Belén exigía un cuidado más exhaustivo que el de Roció. Su situación era más preocupante. ¿Qué situación? Preguntaban los incrédulos de siempre. Por favor, bastaba con mirarla jugar sola en la plaza para darse cuenta. Pero con algunos no había caso. No querían ver.
Por suerte los padres de Belén fueron más receptivos a nuestras sospechas. Enseguida le hicieron los estudios. Belén estaba mal del bocho, pobrecita.
Para los incrédulos los estudios habían dado bien. Pero a nosotros no nos engañaban. Ya estábamos acostumbrados al cerrojo familiar. Siempre lo malo se oculta. La forma de acariciar a su muñeca era una evidencia más que clara del estado de Belén. ¡Nadie acaricia de ese modo tan desquiciado a una muñeca!, gritamos a coro los sensatos. Oídos sordos hicieron los incrédulos.
Uno de los nuestros era casi psicólogo y confirmó nuestro diagnóstico: Belén, mal del bocho, pobrecita.
Tratamos de persuadir a los padres para un nuevo control de la niña pero no hubo caso. Se habían dejado influenciar por los incrédulos.
Entonces alguien alertó sobre el auto que usaba Gutiérrez y Belén quedó sola con su locura. Pobrecita Belén. Pobrecita Rocío. ¿De dónde sacó ese auto Gutiérrez?