Sonó mi celular. Era Emiliano, mi mejor amigo. Antes de atender pensé en una tontería para decirle. Con Emiliano tenemos una especie de competencia por teléfono. Cada vez que nos llamamos intentamos hacer reír al otro con alguna ocurrencia. Recordé que en dos días cumplía los años, así que le dije:

— Justo te iba a llamar. Estoy por comprarte un regalo para tu cumpleaños pero no me acordaba de tu talle de corpiño, ¿te gustan con o sin bretel?

Esperaba que Emiliano largara una carcajada o que respondiera con otra tontería, sin embargo se tomó unos segundos y me dijo:

— Po… po… des… venir al bar, tenemos que… que… decirte a…algo…

Me preocupé. No sólo por el hecho de que no me siguiera la corriente sino por su tartamudeo. Con Emiliano nos conocemos desde la infancia. Fui testigo de su casamiento, estuve a su lado en el momento de su angustiante divorcio, hace más de treinta años que somos amigos, por eso sé que cuando tartamudea es porque hay algo que lo perturba.

— ¿Qué pasa, Emi?

— Nada, na…na…da grave, estamos con los chicos en el bar, te…te…nemos que hablar con…con…vos.

— No me asustes, decime qué pasó.

— Veni y…y… te contamos.

Salí para el bar lo más rápido que pude. En el trayecto conjeturé las posibilidades de la llamada. Traté, sobre todo, de interpretar su tartamudeo. Porque el tartamudeo de Emiliano tiene sus diferencias. Si está mintiendo es casi imperceptible, pero si está muy nervioso a veces no consigue ni siquiera terminar la frase.

Cuando llegué al bar, estaban todos mis amigos en la mesa. Esa fue otra sorpresa. Si estaban todos tenía que ser algo importante. Ni para el día del amigo nos ponemos de acuerdo para juntarnos. Antes de sentarme con ellos les hice una seña y fui hasta la barra a pedirme un whisky. Noté que mis manos temblaban como me pasa siempre que estoy nervioso. El whisky me ayuda a relajarme.

— ¿Me pueden decir qué pasa? — dije, sintiendo que mi corazón se aceleraba.

El que arrancó fue Maxi:

— Nos duele mucho tener que decirte esto, porque sabemos que estás muy enamorado. Pero lo charlamos entre todos y llegamos a la conclusión de que lo tenés que saber…

— Somos tus amigos y no vamos a dejar que te hagan algo así — continuó el Pali y yo ya no aguantaba más.

— ¡Déjense de joder y hablen la puta que los pario! ¿Qué pasa, Emiliano?

— Anoche vimos a Laura con otro tipo.

Esta vez, Emiliano no tartamudeó. Lo dijo rápido, como si quisiera sacárselo de encima. A mí, en ese preciso instante, me volvió el alma al cuerpo.

— ¿Y qué más? — Dije, ya un poco más calmo.

Se miraron entre todos. Era obvio que esperaban otra reacción de mi parte.

— Nada más, era eso lo que te queríamos contar — dijo Mariano, confundido.

— ¿Qué fue lo que vieron, específicamente? — Pregunté, aunque en realidad no me interesaba saberlo. Solo quería ganar tiempo porque tenía que explicar algo que me incomodaba.

— Lo vimos todos — se atajó Maxi. Seguramente sospechando que yo iba a desacreditar su versión de los acontecimientos.

— Anoche fuimos a un boliche, y a mí en un momento me pareció ver a Laura en la pista. Le dije a Emiliano que me acompañara para sacarme la duda, porque veía que estaba bailando con un tipo, bailaba… — Saviolita enarcó las cejas y miró a Emiliano como buscando ayuda con lo que tenía que decir. Pero Emiliano se escarbaba una uña, haciéndose el gil, como hace siempre que quiere desligarse de una obligación. — Bailaba… bailaba…

— ¡Como una puta! — Sentenció Maxi, que no se anda con vueltas.

— Y cuando nos vio, hasta tuvo el descaro de saludarnos — agregó el Pali.

— Es ver…ver…dad eeeso. — Dijo Emiliano.

— Incluso fue Laura la que nos presentó al tipo. — Concluyó Mariano, claramente indignado por la actitud de mi novia.

— ¿Se los presentó? — No pude evitar reírme con ganas. — ¡Qué hija de puta!

Mi miraron sorprendidos. Entendía el desconcierto que les causaba mi actitud despreocupada frente a los acontecimientos que me narraban. También me di cuenta que esa escena de Laura seguramente les había arruinado la noche.

— ¿De…de… qué te reís? — Preguntó Emiliano, enojado.

— Mirá que hablamos en serio. No estamos bromeando.

— Ya lo sé… — dije, borrando la sonrisa de mi boca. — Les creo, pero me van a tener que dar unos minutos para que les explique una cosa…

No sabía por dónde arrancar. Desde el primer día en que comenzó mi noviazgo con Laura que quería contarles la particularidad de nuestra relación, pero nunca encontraba la mejor manera de hacerlo. Fue pasando el tiempo y cada vez me costaba más. Me di cuenta que ya no tenía escapatoria. Respiré profundo y empecé a hablar…

— Laura puede salir con quien tenga ganas… — No fue un buen arranque. Vi los ojos desorbitados de mis amigos. Estoy seguro que en ese momento pensaron que yo había perdido la cabeza. — Quiero decir…Los dos tenemos algunas licencias…

— ¿Qué querés decir? –Preguntó Maxi, horrorizado.

Supe que tenía que elegir bien las palabras.

— Que podemos salir con otras personas, mientras no sean de nuestro entorno… — Pensé en agregar algo más pero preferí esperar las reacciones de mis desconcertados amigos.

— Me estoy empezando a preocupar… — dijo el Pali.

— ¿Nos estas queriendo decir lo que creemos que queres decir?

— ¡No pongan esa cara! No es nada del otro mundo. Estamos muy bien juntos, nos queremos, hasta tenemos pensado formar una familia, pero decidimos tener algunas noches de soltería de vez en cuando. Y les aclaro que es algo consensuado. ¡Los dos estamos de acuerdo! — Puse especial énfasis en lo último que dije. Quería dejar en claro que yo también formaba parte de la decisión.

— ¡Vos estás más loco de lo que pensaba! — Dijo Maxi y miró a los demás como invitándolos a sumarse a su descontento.

— ¿Ustedes entienden lo mismo que yo? — Preguntó Saviolita, seguramente albergando la esperanza de una mala interpretación de mis palabras.

— Entiendo que no les resulte fácil aceptarlo, pero es lo que decidimos con Laura ni bien empezamos a salir.

— ¿Y por qué no lo contaste desde un primer momento? — El Pali ponía cara de incredulidad.

— Porque no es sencillo de explicar y sabía que no iban a estar de acuerdo…

Traté de calmar mis nervios. Como cualquier persona necesitaba sentir el apoyo de mis amigos.

La discusión siguió un rato más. Cada uno dio su parecer y estaba claro que no coincidían con mi punto de vista, ni con la manera de vivir mi relación con Laura. Escuché todos los argumentos y en un momento pedí que cambiáramos de conversación. Decidimos seguir el debate en otra oportunidad, aunque obviamente no estaba en mis planes volver a tocar el tema.

 

— Anoche me acosté con Carlos. — Me dijo Laura cuando me encontré con ella después de mi conversación con mis amigos. Me lo dijo como me decía cualquier cosa, como me detallaba las distintas cremas que compraba en la semana.

— Algo sé… — le dije, sonriendo. — Me contaron mis amigos que te vieron anoche en un boliche.

Laura largó la carcajada. Después se puso un poco más seria.

— Disculpame, pero no lo pude evitar. Estaban todos mirándome, se hacían los boludos, me di cuenta que me estaban espiando. ¿Te molestó que se los presentara? — Laura me lo preguntó con cariño, eso me enterneció. — No lo hice a propósito. Pero me pareció que era lo mejor. Obviamente el que tiene que explicarle a tus amigos sobre nuestra relación, sos vos.

— Ya lo sé, Lau. Esta tarde cuando me llamaron para contarme que te habían visto, les expliqué lo nuestro. No me molestó lo que hiciste, hasta me causó gracia. Igual, de ahora en más no hace falta que lo hagas. Ellos entendieron, así que no te preocupes.

— ¿Y lo tomaron bien?

No había en la pregunta de Laura ninguna doble intención. Esa era otra de las cualidades que me gustaban de ella. Su pregunta era genuina. Nunca prejuzgaba a nadie.

— Sí, bastante bien. Para algunos fue más difícil asimilarlo. Pero ya se van a acostumbrar — dije, mintiendo un poco. Estaba seguro que no lo asimilarían, pero qué ganaba con decírselo.

 

Al día siguiente pasé a buscar a Emiliano. Teníamos el partido de fútbol cinco que jugamos todos los lunes. El trayecto hacia la cancha lo hicimos en silencio. En realidad era Emiliano el que no me hablaba. Yo sacaba temas de conversación pero él sólo participaba con algún comentario por compromiso. Me di cuenta que se había quedado pensando en la charla del bar.

— Te lo tengo que preguntar — me dijo de repente. — ¿De verdad estás bien con Laura, o estás tan enamorado que permitís cualquier cosa?

Respiré profundo. De alguna manera me lo veía venir. Sabía que, al menos Emiliano, iba a volver sobre el tema.

— Emi, ¿hace cuánto que me conoces?

— De toda la vida, por eso me preocupo por vos.

— ¿Alguna vez me viste tan feliz?

— No, pero me cuesta creer que no te importe que tu novia se acueste con cualquiera.

— Yo tampoco pensaba que sería capaz de una cosa así. Pero te aseguro que nunca estuve mejor que ahora. Laura es una mina distinta, de verdad.

— Ahora que te escucho, vos también pareces alguien distinto. — Emiliano esbozó una sonrisa. Eso me tranquilizó. Me gustaba hablar en esa circunstancia más distendida.

— Puede ser. Desde que estoy con Laura veo las cosas de otra manera. Y te repito, nunca me sentí mejor.

— ¿Pero no tenés miedo que las cosas se confundan? ¿Cómo haces para estar seguro de que no va a enamorarse de otro tipo?

— Ya te dije, tenemos algunas reglas, no es un libertinaje. Ninguno puede salir con…

—  …con alguien más de una vez, ya sé, pero igual, por más que le pongas otras palabras, lo que están haciendo se llama infidelidad.

— ¿Vos conoces alguna pareja que se haya separado por una infidelidad?

Emiliano me miró sorprendido, como si yo hubiese preguntado una pelotudez.

— ¿Vos me estás…estás…hablando en serio?

— Obvio.

— Además de mí y Sonia, qué sé yo, unas cuarenta parejas te po…po…dría nombrar.

Emiliano utilizó un tono bien irónico. Pero me dio el punto justo para explayarme con mi pensamiento.

— ¿De verdad todavía crees que te separaste de Sonia por ese motivo?

Sé que le dolió la pregunta, pero la tenía que hacer.

— Y sí, se enteró que me había acostado con la enfermera esa del sanatorio y me…me…echó a la mierda, lo sabés bien.

— ¿Vos te pensas que Sonia va a tirar por la borda una relación de más de seis años por una calentura que tuviste? — Le dije y rápidamente agregué, antes de que me interrumpiera. — Pensalo bien, acordate cómo era tu relación con Sonia en ese último tiempo, antes de que te acuestes con la enfermera…

— No estábamos pasando un…un… buen momento —concedió, pero seguía sin entender hacia dónde me dirigía yo con mi razonamiento.

— Exacto, y esa infidelidad fue la excusa perfecta para terminar con una relación que ya no se sostenía. ¿Entendes lo que te quiero decir?

— No, pero seguro que me lo vas a explicar — dijo Emiliano, que evidentemente me conocía a la perfección.

— ¿Te acordas lo que me dijiste cuando me contaste que habías engañado a Sonia?

— No.

— Me dijiste que te sentías mal por haberla engañado, me nombraste todas las cosas que te unían a ella. No querías echar a perder la relación por una calentura, vos mismo me lo dijiste, fue como si ese polvo que te habías echado te hubiese despertado nuevamente el amor por Sonia.

— ¿Yo dije eso?

— Sí, y acordate que Sonia se enteró, te rajó de la casa, y vos estuviste un mes destruido. Le pediste perdón de mil maneras distinta. Hasta fuiste a donde trabajaba ella y te arrodillaste delante de todos…

— No me… me… hagas acordar, que pa… pa… papelón…

— ¿Y qué hizo Sonia? No te perdonó, y a los dos meses se puso de novia con otro tipo.

— ¡Basta, pelotudo! ¡¿Me queres ha…cer sentir mal?!

— No, quiero que entiendas lo que estoy diciendo. Prestame atención.

Hice una pausa. Dudé en seguir con mi exposición porque noté que Emiliano se entristecía, pero a esta altura tenía que terminar lo que había empezado.

— Se puso de novia con este tipo y sigue con él hasta hoy. Ahora, respondeme a esto último, después no te molesto más. ¿Cuántas veces este tipo la engañó a Sonia?

— Un montón de veces. Si yo se lo dije a…a… Sonia.  Y ella lo sabe, te puedo asegurar que sabe que el tipo la engaña.

— Muy bien… ¿Y Sonia lo rajó al tipo o todavía siguen juntos?

Emiliano me miró y sospecho que por primera vez captó mi razonamiento.

— Siguen juntos – aceptó, resignado.

— Ahí llegamos al punto. ¿Sabés por qué no lo echó a la mierda? Porque lo quiere. Porque no va romper una relación por un desliz, o varios deslices de su pareja. Es así, Emi, ninguna relación se termina por una infidelidad. Vos saliste con la enfermera porque te gustó, porque tuviste un momento de debilidad, un deseo irrefrenable, o como le quieras llamar, pero no porque no querías más a Sonia. Pero en cambio Sonia, que no te fue infiel, evidentemente había dejado de quererte.

Emiliano amagó a hablar pero desistió a mitad de camino. Y yo me embalé.

— Te lo digo clarito, para que entiendas, a veces la infidelidad no es el problema, es la solución.

Me miró y aunque se contuvo, supe que por dentro me estaba puteando. Hicimos silencio por unos minutos. Luego Emiliano volvió a la carga.

— ¿No me estarás diciendo todo esto para justificar que Laura se acostó con otro tipo?

No me iba a entender. Me di cuenta. Pero hice un último intento.

— No. A ver, tampoco es que me encanta que se acueste con otros tipos, pero entendí que ese no es un impedimento para tener una relación. Ella me quiere, yo la quiero y punto. No tenemos necesidad de perseguirnos, entre nosotros no existe la desconfianza, nos contamos todo lo que hacemos.

— ¿Se cuentan con quiénes se acuestan? — Preguntó Emiliano, aterrorizado.

— Por supuesto. No hay necesidad de ocultar nada. Está todo bien mientras ninguno salga con alguien del entorno o repita el encuentro con una persona. Obviamente evitamos contarnos los detalles íntimos de esos encuentros por fuera de nuestra pareja, tampoco somos masoquistas.

Emiliano se quedó un rato en silencio. Por su cara me di cuenta que no estaba convencido.

— Para mí es una locura, pero si vos estas bien así, listo, lo único que te pido es que te cuides. — Dijo y ya estábamos llegando a la cancha. Decidimos dar por terminado el tema.

 

Nunca, en dos años y medio de relación con Laura, desconfié de ella. Tal vez sí, lo acepto, algunas veces sentí cierto resquemor, un atisbo de celos cuando me contaba de algún encuentro con otro hombre. Es que Laura era más recurrente a explayarse con comentarios, para bien o para mal, sobre los hombres que frecuentaba. Lo hacía sin maldad. A veces no podía evitar ir más allá y contarme intimidades, pero cuando notaba que yo comenzaba a disgustarme cambiaba de tema. A lo sumo, alguna noche en que ella estaba menos perceptiva, era yo el que, amablemente, le pedía que dejara de hablarme del hombre en cuestión. Por mi parte era muy escueto en cuanto a mis encuentros con otras mujeres.

También me di cuenta de que nunca discutíamos. Para mí era una novedad. Nunca me había pasado eso con ninguna otra mujer y creo que en gran parte se debía a nuestro modo de vivir la relación abierta.

No es que una pareja sólo discuta por celos o por desconfianza, pero hay que admitir que la mayoría de los problemas se inician por estas vicisitudes de la cultura del noviazgo. Yo estaba seguro de que ella me quería, Laura tenía la certeza de que yo la quería, entonces no había necesidad de demostraciones grandilocuentes, de gestos forzados, ni nada de lo que había hecho yo durante toda mi vida amorosa. Respetábamos puntillosamente los pactos establecidos para nuestras infidelidades consensuadas. Esto había logrado erradicar cualquier posibilidad de confrontación entre nosotros.

Entonces, después de dos años y medio de felicidad, de sentir que estaba realmente con la mujer adecuada, cometí la imprudencia de dejarme llevar por un acto de debilidad. No tengo otra manera de explicar lo que hice más que alegar que fue un mal vicio que creía haber superado. Porque nuestra relación no se merecía un acto tan mezquino de mi parte.

Una tarde, mientras Laura se bañaba, le revisé el celular.

No tengo nada que objetar a mi favor. Lo que hice no tiene ninguna  justificación. No hay nada de lo que puedas encontrar en el celular de una persona que sea más ruin que la acción canallesca de realizar ese espionaje a la intimidad de una persona. Pero lo cierto es que le revisé la casilla de mensajes y me detuve especialmente en uno de ellos. Lo que decía me alarmó: “Te quiero mucho”. No daba detalles de quién era la persona que quería mucho a Laura, pero imaginé que tendría que ser un hombre.

No había indicios de que fuera así porque figuraba el número del destinatario pero no el nombre. Por lo tanto cabía la posibilidad de que fuera una amiga, una tía o un número equivocado. Claro que ninguna de estas posibilidades me convencía. A partir de la lectura de este mensaje, comenzó a gestarse en mi cerebro el virus más potente y devastador: La duda. Ya no habría manera de volver atrás. Tendría que saber quién era la persona del mensaje o la duda amenazaba con desmoronar toda la felicidad de mi relación con Laura.

Lo primero que hice fue memorizar el número de teléfono del que envió el mensaje. Después dejé el celular en el lugar en que estaba antes de mi espionaje. Laura se estaba terminando de bañar y no quería que me encontrara en ese estado de confusión. Decidí dejarle una nota en el comedor explicándole que me había llamado Emiliano para tomar un café, y me fui de casa lo más rápido que pude. Necesitaba pensar lo que iba a hacer.

Tenía varias posibilidades: Podía hacer de cuenta que no había leído nada y que todo siga su curso normal. Enfrentar a Laura y preguntarle directamente por el mensaje. O volver a revisarle el celular hasta descubrir más información acerca de ese “Te quiero mucho”.

No pasaron más de tres días cuando volví a mis tareas de espionaje.

Revisé su celular y ahí estaba otra vez el número de teléfono pero ahora tenía nombre: Leandro.

¿Quién era Leandro? Esa era la pregunta a responder. Otra vez tenía opciones para elegir. Podía preguntarle a Laura por Leandro. Podía llamarlo con alguna excusa e intentar averiguar algún dato que me revelara su relación con mi novia. O podía dirigirme al bar en donde quedaron en encontrarse. Porque el mensaje decía: “Te espero en el bar de la esquina de casa. Besos”. Mensaje al que Laura había respondido con un: “Ok, nos vemos ahí”.

Decidí seguirla. Este nuevo mensaje violaba nuestro pacto establecido. No más de un encuentro. Esa era la regla fundamental en nuestra relación. No se podía repetir la licencia de soltería con la misma persona. Y Laura la estaba rompiendo. Y lo que aumentaba aún más mi malestar era el hecho de que Laura no me hubiese contado nada de Leandro. Estaba segurísimo que nunca me lo había mencionado.

Tuve que seguirla de cerca, porque no sabía dónde quedaba el bendito bar del encuentro. Si no quedaba demasiado lejos, sabía que Laura iría caminando. Siempre hacía eso. Para ella era una forma de hacer ejercicio, sin pensar que lo estaba haciendo. Laura siempre fue muy haragana para el ejercicio físico.

Fueron casi veinte cuadras de seguimiento novelesco. En todo ese trayecto, que incluyó pasar por la peatonal, Laura no se detuvo en ninguno de los locales de ropa y eso me molestó porque demostraba que estaba ansiosa por encontrarse con Leandro. Para ella era imposible no detenerse a mirar algunos negocios. Sin importar la prisa que llevara, siempre se detenía a observar una vidriera.

La observé entrar al bar del encuentro y crucé la calle para poder mirar desde lejos. El abrazo que Laura le estrechó a Leandro fue devastador para mi ánimo porque indicaba algo más que un simple encuentro. Me di cuenta de que no iba a poder soportar observar la escena sin participar. Entonces, cuando tuve el primer impulso de cruzar la calle e irrumpir en el bar, tomé la decisión de volver a casa.

Puse toda mi energía en no perder la cabeza. Traté de convencerme de que había una explicación razonable. Seguramente Laura me aclararía la situación. Tal vez había dado con un tipo insistente y prefería hablar personalmente con Leandro para aclararle que sólo había sido una noche de sexo. Hice mi mayor esfuerzo por seguir confiando en Laura.

Pero cuando ella volvió al departamento y pasaron unas horas de su llegada, con comida incluida, y no decía nada, ni del encuentro ni de ninguna otra cosa, no pude soportar más el silencio y me abalancé torpemente hacia ella, agarrándola de un brazo y hablándole agresivo, como nunca lo había hecho.

— ¿Dónde estuviste esta tarde? ¡Contestame y no me mientas!

Laura me miró entre sorprendida y asustada.

— ¿Qué te pasa? — Me dijo, casi llorando.

— ¡A vos qué te pasa! Llegás y ni siquiera me dirigís la palabra. — Traté de calmarme, estaba un poco asustado por mi propia reacción.

— Vos sos el que no hablás. Desde que llegué que estás con cara de orto.

— ¡¿Y no te preguntas por qué tengo esta cara?!

— No sé. ¡Pero que sea la última vez que me tratas así! No tenés ningún derecho a hablarme de esa manera.

— ¡Y vos no tenés derecho a romper el pacto de nuestra relación! — Le grité. Nunca le había gritado.

— ¿De qué estás hablando?

— De Leandro estoy hablando. ¡No te hagas la pelotuda!

Laura se puso blanca. Me miró furiosa y después se largó a llorar desconsoladamente. Yo me enojé porque interpreté el llanto como una artimaña para que yo me ablandara. Olvidándome de que Laura sería incapaz de recurrir a ese recurso mezquino.

— ¿Qué pasa, no te alcanzó una noche? ¿Necesitabas verlo de nuevo? ¡¿Tan grande la tiene?! — Me arrepentí ni bien terminé de decirlo. Pero ya era tarde. Siempre es tarde para arrepentirse.

Laura cortó el llanto. Me miró y pude ver el fuego en sus ojos. Nunca la había visto tan furiosa.

— No te voy a preguntar cómo te enteraste de Leandro, prefiero no saberlo. Pero esta es la última vez que me ves la cara. Lo nuestro se terminó —me dijo y su voz sonaba determinante. — Sólo te voy a decir que estás cometiendo un gravísimo error.

— ¡Soy yo el que no te quiere ver más! —Dije con un estúpido orgullo, en vez de interrogarla para saber a qué se refería con gravísimo error.

Laura me miró una vez más. Sospecho que mi cara era la de alguien desquiciado. Todavía hoy al recordar su expresión en ese momento, se me revuelve el estómago.

Se fue del departamento dando un portazo.Yo me desvanecí en el sillón del comedor y estuve ahí toda la noche. Haciendo zapping en el televisor, revisando mi celular pero sin interesarme en nada. Solo dejé que pasaran las horas…

No sé a qué hora me dormí, pero recuerdo que me desperté muy tarde al otro día. Llamé a la oficina para informar que no iba a trabajar, mintiendo sobre una enfermedad, aunque me consolé pensando que no había mentido del todo, porque de alguna manera me sentía enfermo.

Me preparé un café y en mi correo electrónico vi que tenía un mail de Laura. El asunto tenía un nombre lapidario, decía: “Mis últimas palabras”. Era evidente que nada bueno podía seguirle a un asunto como ése.

Creo que leí el mensaje unas cinco veces. Y cada vez que lo releía sentía como si un puñal me atravesara el pecho.

En el mail, Laura me aclaraba mi gravísimo error. Leandro no era lo que yo suponía sino lo que tantas veces había intentado averiguar. Muchas noches, cuando estábamos acostados en la cama, yo insistía con conocer cosas de su pasado. No de su pasado amoroso, sino de su pasado familiar. Porque ella, las poquísimas veces que accedió a dar detalles de su familia, lo hizo como si se refiriera a otra vida.

Leandro era su hermano. Quien estaba preso por robo y tráfico de drogas. Algo que ella, evidentemente, prefería mantener en secreto. Su hermano había salido en libertad condicional y ese era el motivo del encuentro.

Después de leer el mail de Laura entendí varias cosas. Sobre todo el detalle de “el bar de la esquina de casa”. Leandro se refería a la casa familiar de ambos, cuando vivían con sus padres adoptivos. Laura no tenía una buena relación con ellos, por eso prácticamente no los veía y se rehusaba a contarme cosas de sus padrastros. En alguna oportunidad me había dado a entender que tenía un hermano, pero nunca se explayó demasiado.

No podía creer lo estúpido que había sido. Comprendí que Laura no me perdonaría. La llamé incansablemente durante toda una semana. Le dejé mensajes de texto, mostrando mi sincero arrepentimiento. Intenté abordarla a la salida de su trabajo pero me dio vuelta la cara. Finalmente desistí, comprendiendo que lo nuestro había terminado.

A mis amigos no les conté la verdad sobre mi ruptura con Laura, sólo a Emiliano me animé a revelarle algunos detalles más o menos verdaderos de lo que había ocurrido. Además de mi tristeza por la ruptura, estaba muy avergonzado por mi actitud.

 

A los cinco meses de nuestra ruptura me la crucé en un bar. Esa noche habíamos ido con todos mis amigos. Estábamos sentados en una mesa cerca de los baños, cuando la vi pasar con dos amigas que yo conocía.

Por supuesto que desde ese momento me cambió la cara. De repente estaba más alegre, animado. Tenía la posibilidad de realizar un intento por recomponer nuestra relación. Es cierto que había pasado mucho tiempo de nuestra separación, pero yo seguía pensando en ella.

Me estuvo esquivando toda la noche. La vi hablar muy animada por lo menos con diez tipos, y era entendible, Laura llamaba la atención de los hombres.

Cuando estaba por irme del lugar, triste porque me había hecho ilusiones con la posibilidad de poder hablar unos minutos con ella, siento que me tocan el hombro. Supe que era Laura. No me hizo falta verla para saber que estaba detrás de mí. No fue su manera de tocarme el hombro lo que me hizo comprender que era Laura sino la cara muy poco disimulada de Emiliano cuando la vio detrás mío. Hablamos un par de palabras y nos fuimos para mi departamento. Laura estaba un poco borracha. A mi siempre me había gustado cuando tomaba unas copas de más. Era muy espontánea cuando estaba en ese estado.

Fue un reencuentro maravilloso. Hicimos el amor y nos reímos como en los viejos tiempos. Lo único que me molesto fue que al despertarme Laura ya se había ido y no me había dejado ninguna nota, ni nada que me confirmara que podíamos volver a retomar nuestra relación.

Obviamente no fue casualidad que me la cruzara, a la semana siguiente, en el shopping. Sabía que iba a estar ahí. Lo decía en su Facebook. Iba a ver la nueva película de Campanella. Le pedí a Emiliano que me acompañara para que nuestro encuentro casual resultara creíble. No quería que se notara  mi desesperación por volver a conquistarla, prefería ir despacio. Como si fuese el destino el que se encargaba de volver a juntarnos en vez de mi patético acto de espiar el muro de su Facebook.

Llegamos tarde al shopping. La película ya había empezado. Nos sentamos con Emiliano en el bar que está pegado a las entradas de las salas de cine.

Cuando terminó la película, entre la gente que salía de la sala, pude distinguir a Laura. Estaba hermosa. Tenía puesto el vestido turquesa que yo le había regalado cuando cumplimos un año de noviazgo. Emiliano me codeaba y me señalaba con la cabeza hacia donde estaba Laura. Yo decidí que era momento de dejar de fingir.

— Voy a hablar con ella, andá vos…

— ¿Y si te pregunta con quién estás qué le vas a decir? —Preguntó Emiliano, preocupado por la coartada.

— No importa, algo se me va a ocurrir, andá, en serio, ya me ayudaste bastante, gracias…

Lo único que quería era hablar con Laura. Me levanté y fui directo hacia donde estaba ella. Mientras me acercaba noté que señalaba hacia un costado. Un hombre le devolvía el gesto sonriendo. Detuve mi marcha cuando me di cuenta que podía ser su acompañante. No había pensado en ese detalle. En su Facebook no especificaba con quien vería la película, pero tendría que haber imaginado que no iba a ir sola. ¡Nadie va solo al cine!

Pero en ese preciso momento Laura notó mi presencia. No había manera de retroceder la escena. Así que tomé coraje y fui a su encuentro. Llegamos juntos. El hombre de los gestos y yo. Fue un momento incómodo, al menos para mí.

— Patricio… ¿Qué haces acá? — Me preguntó Laura.

— Vine a ver la película de Campanella. — Respondí, y traté de poner cara de sorpresa.

— Yo también. — Dijo ella. Después presentó a su acompañante. —  Él es Bernardo, mi novio.

Creo que estuve a punto de desmayarme. Sólo atiné a saludarlo con un movimiento de cabeza. Bernardo me devolvió el saludo con una sonrisa sincera. No sabía cómo seguir, o como terminar la conversación. Me hubiese gustado tener una de esas bombas de humo que usan los magos para desaparecer.

— ¿Estás solo?

La pregunta de Laura no escondía ningún mensaje oculto.Ya dije que ella no tenía dobles intenciones.

— No, vine con Emiliano… — Señalé a la mesa donde habíamos estado sentados, pero Emiliano ya no estaba. Me ruboricé.

— Ah… — Dijo Laura, y los tres miramos hacia la mesa vacía. Me sentí un pelotudo.

— Bueno… ¿Vamos? —  Le dijo Bernardo a Laura.

— Sí, sí, vamos. Chau. — Laura me dio un beso en la mejilla. — Que sigas bien.

— Chau, un gusto. — Me dijo Bernardo y me dio un apretón de manos.

Me quedé observando cómo se alejaban de mí y la escena parecía sacada de una película. Bernardo pasó su brazo derecho por encima del hombro de Laura, que acomodó su cabeza en el pecho de su novio. Caminaron lentamente hasta que se perdieron entre la multitud.

No me hizo falta escuchar la conversación que habrán tenido mientras se alejaban. Pude imaginármela:

— ¿Quién era este tipo? — Preguntaría Bernardo.

— Patricio. El tipo con el que me acosté la semana pasada. ¿Te acordas que te conté? — Respondería Laura.

— Ah, sí, sí, me acuerdo. — Diría Bernardo, y seguramente se pondrían a relatar los pormenores de la película de Campanella.

Al fin comprendí que estaba del otro lado de la avenida. Ni siquiera intenté llamarla en los días siguientes. Sabía que ya nunca más me iba a atender. Era uno de los pactos fundamentales para la relación abierta. No salir más de una vez con un amante.