
La televisión me arruinó la vida. Y te voy a explicar por qué lo digo. ¿Te acordás que el otro día me preguntaste quién era Sofía, esa mujer con la que todos los muchachos de la mesa me cargan? Bueno, para que entiendas por qué odio tanto a la televisión, tengo que contarte mi historia con Sofía. Una tarde yo estaba tomando café en este mismo bar y en un momento escucho una puteada escandalosa. Me doy vuelta y veo a un tipo desencajado, gritándole al televisor. El tipo puteaba porque estaban pasando los goles que le habían hecho a Racing el fin de semana. Al principio, me dio gracia. Imaginate que para un bostero como yo era una delicia ver a un hincha de la academia en ese estado de exasperación. Pero después me di cuenta que había una mujer sentada en otra mesa, llena de papeles y carpetas que miraba el televisor y negaba con la cabeza. Pobre piba, pensé yo, debe querer estudiar y el infeliz con las puteadas no la deja concentrarse en lo suyo. En…

Me imagino que se habrá enterado cómo metió la pata mi hijo el otro día. ¿No? ¿En serio no sabe nada? Le cuento. Resulta que mi hijo estaba saliendo con la hija de Norma, ¿la conoce? No, esa no, la menor digo yo, la que se llama Josefina… Sí, ya sé, no ponga esa cara. Yo le dije: ¡Estás loco, es muy chica para vos! Porque Martincito cumple treinta y ocho este año y esta chica recién cumplió los veinte años. Le dije que tendría que conseguirse una chica de su edad para pensar en una familia, pero después me callé porque Martincito se enoja cuando le hago estos planteos y me deja hablando sola, como hacía su padre, que Dios lo tenga en la gloria, eso lo heredó de él. La cuestión es que fue esta chica, Josefina, la que lo buscó a mi Martincito. Le mandaba mensajes al celular casi todas las noches, mire usted qué atrevimiento. Lo que pasa es que las chicas de ahora son así, cuando les gusta algún hombre van y lo buscan ellas,…

Tengo seis años y acabo de golpear mi cabeza contra una silla por no hacerte caso. Por jugar a la pelota en la sala grande.“No juegues con la pelota adentro de la casa, Matías”. ¿Cuántas veces me lo repetiste? Empiezo a llorar fuerte porque me toco la cara y veo sangre. Vos venís corriendo y me cubrís la cabeza con una toalla. Me llevás hasta lo de Carlitos. El padre de un amigo que es médico. Yo sigo llorando porque me duele pero también porque vos me retás. Aunque no es el mismo reto de siempre. Ese que suelo escuchar cuando hago una macana o me olvido de hacer la tarea. Esta vez me retás asustada. Porque sangro mucho y porque el corte fue muy cerca del ojo. Y eso vas repitiendo nerviosa durante todo el trayecto hasta lo de Carlitos. ¡Casi en el ojo, Matías! ¡Casi en el ojo! Carlitos cose la herida. Ya no sangra. Ya no duele. Vos te calmás. Pasa el susto. Nunca más voy a jugar a la pelota en la sala grande. Te lo…

La semana pasada escuché a un médico asegurar que, dentro de muy poco tiempo, el ser humano tendrá un promedio de vida de ciento cincuenta años, llegando incluso a la posibilidad de vivir hasta el bicentenario. En principio me pareció una buena noticia. Pero al instante se me disipó la euforia. ¡Claro que me gustaría vivir doscientos años! Pero, ¿de qué manera? ¿Cómo llegaríamos física y mentalmente a esa edad? Porque ya conocemos personas que han vivido más de cien años. Por televisión a veces muestran el cumpleaños centenario de algún abuelito y lo que uno intuye es que tal abuelo no sabe bien en qué año está viviendo ni quienes son esas personas que aplauden a su alrededor y resulta casi imposible identificar algún rasgo de lo que fue su cara. Me parece que la medicina olvida un detalle fundamental: está bueno que vivamos más tiempo, pero lo que de verdad importa es la calidad de vida. No me interesa vivir doscientos años si me voy a pasar cien años meándome encima. Pero, ahora que conozco esta información, pienso…

Yo creo que nos tendrían que enseñar a discutir desde que vamos al colegio. Es más, debería ser una materia. Introducción a la Discusión se podría llamar. Porque todo bien con materias como Biología o Ciencias Sociales, pero no saber dónde se encuentra el fémur en un cuerpo o no recordar alguna Ley de nuestra Constitución, no es tan preocupante para el futuro de un educando como no aprender a discutir. Cuántos disgustos nos ahorraríamos si nos enseñaran esta materia desde la adolescencia. Así como los números son lo primero que se enseña en Matemática, quizás lo primero que se enseñaría en Introducción a la Discusión es que gritar no es discutir. No es que no se pueda discutir a los gritos, de hecho es lo que más sucede, pero se le explicaría al alumno que gritando solo se obtiene una discusión negativa, que resta y divide. Lo más interesante en una discusión es cuando suma y multiplica conocimientos en las personas. Nunca se logra ese objetivo a los gritos. Siempre se consigue en ambientes donde se exponen conceptos y…