
Marquitos no paraba de hablar. Se los juro. Era una vitrola incansable. Desde el primer día que mi jefe lo puso a trabajar conmigo para que me acompañara con las comisiones, hasta aquella trágica mañana, la voz y las palabras de Marcos retumbaron por toda la combi. Sus comentarios desplegaban un amplio abanico de posibilidades. Hablaba de política, deportes, últimas noticias y chimentos. Hablaba sobre religión, música, cine, teatro, hablaba sobre sus cosas. Hablaba…Hablaba…Hablaba… Desde las siete de la mañana, hora en que lo pasaba a buscar, hasta las siete de la tarde cuando lo dejaba en su casa. Incluso cuando bajaba de la combi me hacía bajar la ventanilla para contarme alguna otra cosita que se había olvidado. Era un buen tipo, eso sí, sólo que le gustaba hablar mucho, no se daba cuenta, no lo hacía a propósito. Rubén, mi jefe, me lo había advertido. Me dijo que era muy conversador, pero que era un tipo confiable. Me lo dijo a modo de presentación y advertencia, porque sabe que yo me rechiflo, me saca de quicio la gente…