
Imposible comprar un pan de leche sin escuchar una pobrecita Rocío Graciani. Esperar el turno para pagar impuestos en el banco acarreaba conocer los trastornos alimenticios de Rocío. Si te sacaban una muela te implantaban las desgracias de la nena de los Graciani. Cuando comías un choripan en la cancha del club del pueblo, masticabas la actitud sospechosa de Rolando y Jessica Graciani, padres de Rocío. Hasta el rocío de las mañanas de invierno parecía una excusa perfecta para hablar de Rocío. ¿Qué le pasaba? ¿Qué le habían hecho? ¿Con qué clase de monstruos convivía? Con el tiempo yo también me dejé llevar por la marea Rocío. Cansado de mi civilización aburrida, me sumé con entusiasmo a la barbarie del chisme. Y de a poco comencé a disfrutarlo. Saber sobre la infelicidad de los Graciani, aunque no los conociera, comenzó a proporcionarme cierto bienestar. Para qué sufrir por mis tormentos si tenía a los Graciani para descargarme. Sin conocer exactamente de qué estaba hablando, decreté con firmeza mis conclusiones. Sin saber los por qué, por la sencilla razón de que…

Queridos compañeros de la AFA, les informamos que el viaje ha sido todo un éxito. Nos encontramos tal cual estaba previsto en el año 2100 y, por suerte, toda la tripulación arribó sin mayores sobresaltos. No nos comunicamos antes con ustedes porque estuvimos abocados, con la profesionalidad del caso, a la tarea que nos han encomendado. Después de una semana de estudios e informes, estamos en condiciones de revelarles las primeras investigaciones importantes referentes al fútbol de estos días. Nos referimos a nuestros días, no a los de ustedes que, si no nos fallan los cálculos, deben estar en la víspera de un nuevo súper clásico entre Boca y River. Estamos seguros de que les sorprenderá tanto como a nosotros, lo dicho por el presidente de Boca, Don Gervasio Núñez: “Si seguimos con este grado de violencia, en el futuro, la única manera de jugar súper clásicos va a ser en la Luna”. Luego de los lamentables incidentes producidos en el súper clásico, las palabras del máximo dirigente boquense se hicieron realidad. Los dirigentes de AFA en el año 2052…

Algo teníamos que pensar para que tío Evaristo se fuera a dormir lo más pronto posible esa navidad y como siempre era una misión difícil, casi imposible. Todas las navidades, sin excepción, el tío nos repetía hasta el amanecer sus anécdotas del servicio militar, que había hecho como infante de marina en la Armada y a continuación seguía con las guerras históricas, que eran su obsesión. Casi no teníamos posibilidad de retirarnos sin escucharlo. Él era así, quería a toda la familia reunida para que escucharan sus anécdotas, y si alguno de nosotros intentaba desertar, entonces el tío se ponía de mal humor y la cosa se ponía brava. Al menos eso es lo que repetía mamá cada vez que nos quejábamos con mi hermano. De chiquitos teníamos metido en nuestro cerebro a machaca martillo el peligro de desobedecer las órdenes de tío Evaristo. Naturalmente en esos años a nuestros padres les bastaba con mencionarnos de que el tío Evaristo era una persona mayor, por lo tanto había que respetarlo y no se hablaba más del asunto. Fuimos creciendo y…

Mimí viene caminando desde la cocina con el mate y una bandeja con facturas que coloca en la mesa del comedor. Mira un retrato de su marido y le contesta como si le hubiese hablado. — Ya sé, ya sé… Lo agarro… Pero qué queres… Me olvido… No lo hago a propósito… — Agarra el bastón y vuelve a caminar hacia la cocina. — Para retos ya tengo bastante con tu hija… Cada día más parecida a vos esa chica… Encima que no viene nunca… Lo único que hace es quejarse… Cuando me tocará a mí, pregunto yo… ¿Te acordas cuando íbamos a casa de mi mamá? Dios mío cómo se quejaba esa mujer… — Vuelve al comedor con un plato de bizcochitos de grasa. — Debería ser mi momento de queja. Pero no, parece que yo solo estoy para escuchar sus problemas y sus retos… Suena el timbre de la casa. Mimí se dirige a la puerta mientras le sigue hablando al retrato de su difunto marido. — Sí, ya sé… Voy a preguntar quién es. Me lo dice…

Sonó mi celular. Era Emiliano, mi mejor amigo. Antes de atender pensé en una tontería para decirle. Con Emiliano tenemos una especie de competencia por teléfono. Cada vez que nos llamamos intentamos hacer reír al otro con alguna ocurrencia. Recordé que en dos días cumplía los años, así que le dije: — Justo te iba a llamar. Estoy por comprarte un regalo para tu cumpleaños pero no me acordaba de tu talle de corpiño, ¿te gustan con o sin bretel? Esperaba que Emiliano largara una carcajada o que respondiera con otra tontería, sin embargo se tomó unos segundos y me dijo: — Po… po… des… venir al bar, tenemos que… que… decirte a…algo… Me preocupé. No sólo por el hecho de que no me siguiera la corriente sino por su tartamudeo. Con Emiliano nos conocemos desde la infancia. Fui testigo de su casamiento, estuve a su lado en el momento de su angustiante divorcio, hace más de treinta años que somos amigos, por eso sé que cuando tartamudea es porque hay algo que lo perturba. — ¿Qué pasa, Emi? —…