
Supongamos que te habías quedado solo en el bar. Tus amigos consiguieron levantarse a alguna mina o se fueron a dormir y vos estás ahí, parado, con el codo apoyado sobre la barra, como siempre, tomando el tercer whisky y decidido a romper con tus tres meses de sequía sexual. Entonces, hacés un paneo visual por las mesas y la pista como para elegir tu próxima presa. Supongamos que estás optimista y decidís ir en busca de la rubia de cara bonita y baile sensual. Sabes que es demasiada belleza para vos pero todavía es temprano, así que está bien que intentes el milagro. Agarrás tu inseparable vaso y te dirigís directo hacia ella. Vas esquivando los manotazos de gente poseída por el baile y el alcohol que amenazan con derramar tu whisky y, a fuerza de empujones, llegás hasta donde está la rubia. Se te ocurre que para caerle simpático, lo mejor que podes hacer es bailar girando en círculos, como si ella fuese la tierra y vos el sol rotando, incorporando el paso del ñandú. No funciona. La…