
El viernes pasado, a las once y media de la noche, me quedé dormido y creo que por primera vez desde que convivimos me dormí antes que Flor. Generalmente no me duermo antes de las tres de la mañana. No importa que tenga que levantarme temprano. Es una costumbre nocturna que arrastro desde la secundaria. Me levanté el sábado a las diez de la mañana de muy buen humor. Cuando uno descansa las horas necesarias y duerme de corrido, al despertar el mundo parece un lugar maravilloso. Entonces, revitalizado por ese descanso, compré facturas y fui a desayunar al negocio de Flor. Cuando entré a Mística, (así se llama el local de Flor) una clienta comentaba de la tormenta que se había desatado a la madrugada. Yo no había escuchado nada pero al parecer había sido fuerte. Mucha agua, rayos y la luz cortada. Recordé que al despertarme había visto platos con velas en el baño y también en la habitación. Flor había estado un rato despierta mientras se desataba el vendaval. Cerca del mediodía prendí mi computadora para escribir…

Falta menos de un mes para mi cumpleaños y mi cuerpo lo sabe. Cada vez que se acerca la fecha, una grieta de fastidio comienza a resquebrajar mi buen humor. Y no es un fastidio provocado por un dilema existencial. No me produce tristeza cumplir años. Sé que hay personas que se angustian porque les cuesta asimilar el paso del tiempo. Que se debaten entre el festejo por un año más o la angustia por un año menos. Pero a mí lo que me genera estrés, al estar tan cerca de cumplir treinta y ocho veranos, es saber que voy a tener que aguantarme el ritual del festejo. Estoy cansado de poner cara da nabo cuando comienzan las palmitas y el que los cumplas feliz. De tener que sufrir ese momento alcahuete. Hace poco googleé para conocer el origen de este ritual de cumpleaños. Al parecer, la tradición es bastante ancestral y se la asocia a la magia y a la religión. Aunque la canción del Cumpleaños feliz, incorporada a este ritual insoportable, es un poco más actual. Fue compuesta…